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Palabras para abrir el VII Encuentro del SEPECH

Andrés A. Fábregas Puig. - CIESAS-Occidente/SEPECH.

Hemos cumplido hasta ahora con un planteamiento inicial: nuestro Seminario ha sido permanente. No hemos cejado en la tarea de investigar la forja del país, su vida cotidiana, los enlaces entre el pasado y el presente, en una palabra, la complejidad en la que vivimos y de la que procedemos. En nosotros y con nosotros, se reúnen múltiples puntos de vista, disciplinas, ámbitos institucionales, quehaceres. Eso ha hecho y hace que nuestras reuniones sean un auténtico enjambre de problemáticas, de temas, de puntos de vista, que hemos logrado traducir en textos, artículos, libros. Hago votos porque en ese camino nuestros pasos sigan firmes.

Hace un tiempo, José Martí, escribió Nuestra América y con ello deslindó historias y destinos. Pensando en ese texto y con ese texto, caí en cuenta que con todo lo que este seminario ha recorrido, hemos logrado armar un pedazo grande del rompecabezas que se llama Nuestra América. Pensé en cómo llegaron las naves capitaneadas por el Almirante Cristóbal Colón, hundiendo sus proas en ese “mar nuestro”, ese mediterráneo que llamamos Caribe y que con ello empezó una historia que Martí cobijó con el concepto de Nuestra América. Se instalaba en aquellos días finales del siglo XV el colonialismo, el proceso por el cual, el capitalismo se regó por el mundo. Fue en el Caribe en donde nació el sistema colonial, las encomiendas, la esclavitud, la categoría de indios aplicada a los pueblos originarios de Nuestra América, las instituciones que configuraron los marcos del colonialismo. Y fue justo en el Caribe en donde también nació el pensamiento crítico hacia el orden colonial. Allí, en lo que es hoy la República Dominicana, en aquellos días nombrada La Española, un grupo de sacerdotes dominicos, imbuidos de las ideas del humanismo, y también de lo que sus ojos veían, armaron un discurso que decidieron fuese pronunciado como sermón por el más destacado orador entre ellos: Antonio de Montesinos. El cuarto domingo del mes de diciembre de 1511, llamado de Adviento, Antonio Montesinos subió al púlpito para pronunciar el sermón correspondiente. En vez de ello, leyó el documento preparado por los frailes y él mismo. En las bancas de la iglesia, un sacerdote joven. Dominico también, llamado Bartolomé de las Casas, a la sazón encomendero en la Isla La Española, escuchó aquel discurso pronunciado con vehemencia y convicción por Antonio Montesinos. Aprendió la lección. Montesinos leyó un texto con el que nacía Nuestra América, que el genio de José Martí descubrió y la dotó de voz. Aquellas palabras de Montesinos fueron las primeras que se pronunciaron en el Mundo Nuevo para condenar al colonialismo e inauguraron la tradición del pensamiento crítico en lo que es hoy América Latina y El Caribe, la Nuestra América martiana. Años después de aquel importante suceso, Fray Bartolomé de la Casas fue nombrado Obispo de Ciudad Real, la actual ciudad de San Cristóbal de las Casas. El dominico preparó su viaje reuniendo a 50 sacerdotes dispuestos a difundir el cristianismo pero también a combatir el colonialismo. Escogieron libros, textos, para llevar consigo, y emprendieron un largo viaje iniciado en Salamanca, España y terminado en Ciudad Real, Chiapas. Durante la larga jornada, los frailes discutieron lo que sucedía y afinaron sus puntos de vista acerca del sistema colonial y la defensa de los pueblos originarios. Un cronista del viaje, Fray Antonio de la Torre, nombrado por Fray Bartolomé de las Casas para que llevara un minucioso registro del viaje, cumplió a cabalidad su cometido y gracias a su pluma podemos hoy leer lo que pasó en aquel larguísimo viaje. Durante el lapso de un año, aquel grupo de frailes dominicos cruzaron las campiñas castellanas, arribaron a las costas andaluzas, se embarcaron para cruzar el mar, llegaron al Caribe en medio de tormentas, cruzaron la Laguna de Términos, los campos de Tabasco, las montañas de Chiapas y finalmente llegaron a Ciudad Real, sede de encomenderos y centro de la explotación del trabajo de los indios.

No permaneció mucho tiempo en su sede el Obispo. Se dio cuenta que la pelea en tierras tan lejanas no tendría resultados. Decidió trasladarse a España y alcanzar en Valladolid a las Cortes y al Rey Carlos I en los Reinos de Castilla y V de Alemania. En el lapso que va de 1550 a 1551, se entabló en Valladolid la llamada “discusión de los naturales” a la que convocó el propio Monarca Castellano. Por una parte, Fray Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria expusieron el punto de vista contrario al que sostenía Ginés de Sepúlveda. Ambos humanistas defendieron de nuevo los derechos de los pueblos originarios y su dignidad humana, se opusieron a la guerra y a la esclavitud y abogaron por reforzar las Leyes de Burgos promulgadas en 1542-justo durante la Guerra del Mixtón- y dotar de ciudadanía a los pueblos originarios. De su lado, Ginés de Sepúlveda, crítico de Maquiavelo, estuvo de acuerdo en que la esclavitud no era el objetivo de la conquista sino la cristianización. Para ello, dijo Ginés, es necesaria la guerra y la reducción servil de los indios, para lograr que aceptaran la verdad portada por los españoles. Dijo más Ginés de Sepúlveda. Dijo que los indios eran inferiores a los españoles, y eso los colocaba en situación diferente ante ellos. Y es aquí en donde los pueblos llamados Chichimecas, que, no lo olvidemos, son una multitud de grupos humanos con diferencias culturales entre ellos, son los que resistieron con mayor consistencia la guerra a sangre y fuego de los encomenderos y colonialistas. Más de 200 años pelearon los Chichimecas. Su presencia en la “discusión de los naturales” fue protagónica a través de ese gran líder que fue Francisco Tenamaztle, prisionero en Valladolid, justo en aquellos años en que se discutía el destino de los pueblos originarios. Sabemos por la documentación hasta ahora conocida que Tenamaztle habló largo con Fray Bartolomé e influyó en la posición de éste. Todos hemos leído el libro que nos dejó Miguel León-Portilla titulado La Flecha en el Blanco que en una segunda versión se tituló Tenamaztle, Primer Guerrillero de América. Así que nombrar a nuestro seminario con el apelativo de aquellos pueblos, es una toma de posición, más allá de consideraciones académicas. Los Chichimecas están en el centro de una decisión que llevó a la promulgación de las llamadas Nueva Leyes de Indias en 1551, un logro de quienes defendían el derecho de los pueblos originarios y condenaban la guerra como medio de cristianizar. Más todavía, las Nueva Leyes de Indias reconocían al indio como súbdito de la Corona, es decir, ciudadanos de los Reinos de Castilla. Sabemos que las leyes se acataban pero no se cumplían, y que la explotación del indígena continuó y que finalmente las propias contradicciones del sistema colonial, llevaron a las luchas de independencia de la Nueva España, y en general, en todos los territorios coloniales, hasta crearse los nuevos Estados Nacionales que configuran hoy el espectro político de América Latina y El Caribe, Nuestra América. Pero quedó aquella “discusión de los naturales” como un momento de consolidación de Nuestra América y en ello, los grupos y pueblos Chichimecas estuvieron en el núcleo de la confrontación. A 468 años de distancia de la conclusión de aquella histórica confrontación de puntos de vista sobre el colonialismo en la ciudad castellana de Valladolid, nos reunimos en Tepatitlán de Morelos, en los Altos de Jalisco, para otorgar continuidad a nuestros Seminario Permanente de Estudios de la Gran Chichimeca. Tenemos presente que el colonialismo, con nuevas formas y métodos, sigue vigente. El golpe de Estado en Bolivia, nos sitúa en las realidades de nuestra contemporaneidad y nos obliga a pensar nuestros destinos con ese sentido de compromiso que el nombre de nuestro seminario indica. El mejor reconocimiento a quienes iniciaron el pensamiento crítico en Nuestra América y al pensador que rubricó nuestro común nombre, José Martí, es hacer bien nuestro trabajo. Ni más ni menos.

Nos congratulamos de estar en el Centro Universitario de Los Altos de la Universidad de Guadalajara. Es un escenario excelente y oportuno para emprender las reflexiones que nos esperan. Reitero mi agradecimiento a la Rectora del Centro, Maestra Karla Alejandrina Planter, a las autoridades universitarias que colaboran con ella y a la comunidad académica y de trabajadores que hacen posible que los jóvenes de Los Altos de Jalisco accedan a una educación crítica, analítica y de calidad.

Tepatitlán de Morelos, a 14 de noviembre de 2019.